El libro reúne descripciones de distintos lugares geográficos de España por los que pasó en su viaje de estudios, así como una serie dedicada a Granada, otra a los jardines y, al final, una miscelánea.
El libro se abre con una dedicatoria a su antiguo profesor de música, don Antonio Segura Mesa, y un prólogo en el que ya expresa su visión romántica del paisaje y de la poesía, así como sus pocas expectativas respecto al libro.
El apartado Meditación nos habla de los campos de Castilla y las ciudades castellanas. Continúa con su visión lírica de la ciudad de Ávila, de un mesón de Castilla, La Cartuja, San Pedro de Cardeña, el Monasterio de Silos, los sepulcros de Burgos…
Especial interés tienen los apartados dedicados a la ciudad de Granada donde destaca la visión romántica de esta, del Albaicín, el Dauro, la crítica a las modificaciones que ha sufrido la ciudad (en la línea de Ángel Ganivet), la huella del pasado oriental de la ciudad, el contraste entre la tranquilidad de la vega y la tragedia que se respira en este barrio (“Todo lo que tiene de tranquilo y magestuoso la vega y la ciudad, lo tiene de angustia y de tragedia este barrio morisco”), las evocaciones árabes, la visión romántica (cipreses de negrura romántica), elementos tan granadinos como las pitas, las chumberas, la cerámica de Fajalauza… El léxico musical lo impregna todo (especialmente el apartado de Sonidos de la ciudad, donde destaca el elemento sinestésico entre el sonido y el color y que recuerda a su posterior conferencia Cómo canta una ciudad…).
Tras la parte dedicada a Granada, agrega otra a describir los tipos de jardín y termina con una miscelánea y un texto, “Envío”, dedicado a su maestro Domínguez Berrueta y a los alumnos con los que hizo el viaje, y que efectivamente procede de un envío que le hizo a estos.
Anticipado parcialmente en algunos periódicos y revistas de la época, se publicó a principios de abril de 1918 en Granada, Imprenta y Litografía Paulino Ventura Traveset, con cubierta de Ismael González de la Serna. Los costes de la publicación los pagó su padre, Francisco García Rodríguez. En la portada, de Ismael González, de la Serna, aparece una escena bucólica con toque modernista.
La primera recopilación de las obras completas (edición de Guillermo de Torre en Losada, en 1938) solo acogió el libro parcialmente. La edición de Aguilar también selecciona los textos, aunque la 18ª edición, de 1973, ya lo presenta completo. El problema que se plantea para los editores es, por una parte, que se trata de un texto prelorquiano (según García-Posada), un documento que es solo un antecedente de lo que será después su obra y que el propio autor no estaría de acuerdo con ofrecer. Por otro lado, plantea la cuestión de la fidelidad al texto original, ya que presenta numerosos errores de puntuación y gramaticales. A eso se une el hecho de que el texto está pensado para su difusión oral y eso se nota en la música y en las pausas señaladas, a veces, con comas que gramaticalmente no son correctas, aunque sí desde el punto de vista del ritmo. Se hizo una edición facsímil en Granada, editorial Don Quijote, en 1981.
En principio se iba a titular Caminatas románticas por la vieja España. En su prólogo Federico manifestaba sus expectativas respecto al libro, permanecer un tiempo en los escaparates de las librerías granadinas y después desaparecer para siempre. Poco después, fue él mismo quien lo retiró de las librerías.
Fue concebido a partir de los viajes de estudio que Lorca hizo por España con el profesor Martín Domínguez Berrueta y otros alumnos. El primer viaje, el 6 de junio de 1916, estuvieron en Baeza, donde Federico conoció a Antonio Machado. Allí pudo escucharlo recitar y tocar música para él y para otros alumnos y profesores. También estuvieron en Córdoba y en Ronda.
El 15 de octubre de 1916 inician un segundo viaje por Madrid, El Escorial, Ávila, Medina del Campo, Salamanca, Zamora, Santiago de Compostela, La Coruña, Lugo, León, Burgos y Segovia. En Salamanca conoce a Unamuno. El 8 de noviembre están de vuelta en Granada.
Es un momento fundamental en la vida del autor, ya que en estos años se despertará una vocación, la literaria, que estaba oculta por la musical.
Federico García Rodríguez, un poco desconcertado ante la vocación literaria de su hijo, consultó, antes de pagar la publicación, a Luis Seco de Lucena, editor de El Defensor de Granada, Miguel Cerón y Andrés Segovia. Tras recibir de estos la opinión de que el libro merecía ser publicado, aceptó y pagó la edición.
El 17 de marzo de 1918, con el libro en prensa, leyó algunos extractos en el Centro Artístico y Literario. La velada fue un éxito. El Noticiero Granadino comentó los dones del poeta. José Murciano en El eco del aula también hizo una reseña laudatoria, hablando de un Federico capaz de conmover no solo con su música, sino con otros talentos suyos como la palabra.
El libro es dedicado a su antiguo profesor de música, don Antonio Segura Mesa. Esto provocó el enfado para siempre de don Martín Domínguez Berrueta. Algunos miembros de El Rinconcillo no veían con muy buenos ojos a Domínguez Berrueta. El más crítico con él era Mora Guarnido.
Federico no le dedicó el libro a don Martín, incluso cambió el pasaje sobre San Bruno de Pereira que mantenía una estrecha deuda con el profesor. Domínguez Berrueta se sintió traicionado. Solo los nombraba al final del libro, en un envío, a él y a sus compañeros. Pero don Martín le devolvió el libro enviado y no volvió a hablarle nunca más. Incluso las familias de ambos, antes amigas, se distanciaron. El maestro murió dos años después y Lorca reconocería más adelante su deuda con él.
Impresiones y paisajes supuso para Lorca una carta de presentación que le procuró, entre otras cosas, nuevos amigos como Adriano del Valle que, tras alabar la publicación, le pidió una colaboración para el número uno de la revista sevillana Grecia. A su llegada a Madrid, a la Residencia, Federico llevará ejemplares de su libro que sin duda repartiría entre los residentes.
Junto a las evocaciones de Castilla, de Baeza, de Galicia, añadió algunas pinceladas granadinas, unas meditaciones sobre jardines y una miscelánea. El libro transmite una visión romántica del paisaje y está claramente influido por el modernismo de Rubén Darío. El léxico y las metáforas musicales están muy presentes.
Los montes lejanos surgen con ondulaciones suaves de reptil. Las transparencias infinitamente cristalinas lo muestran todo en su mate esplendor. Las umbrías tienen noche en sus marañas y la ciudad va despojándose de sus velos perezosamente, dejando ver sus cúpulas y sus torres antiguas iluminadas por una luz suavemente dorada.
Las casas asoman sus caras de ojos vacíos entre el verdor, y las hierbas, y las amapolas y los pámpanos, danzan graciosos al son de la brisa solar.
Las sombras se van levantando y esfumando lánguidas, mientras en los aires hay un chirriar de ocarinas y flautas de caña por los pájaros.
En las distancias hay indecisiones de bruma y heliotropos de alamedas, y a veces entre la frescura matinal se oye un balar lejano en clave de fa.
Por el valle del Dauro, ungido de azul y de verde oscuro vuelan palomas campesinas, muy blancas y negras, para pararse sobre los álamos, o sobre macizos de flores amarillas.
Aún están dormidas las campanas graves, sólo algún esquilín albayzinero revolotea ingenuo junto a un ciprés.
Los juncos, las cañas, y las yedras olorosas, están inclinadas hacia el agua para besar al sol cuando se mire en ella…
El sol aparece casi sin brillo…, y en ese momento las sombras se levantan y se van…, la ciudad se tiñe de púrpura pálida, los montes se convierten en oro macizo, y los árboles adquieren brillos de apoteosis italiana.
Y todas las suavidades y palideces de azules indecisos se cambian en luminosidades espléndidas, y las torres antiguas de la Alhambra son luceros de luz roja…, las casas hieren con su blancura y las umbrías tornáronse verdes brillantísimos.
El sol de Andalucía comienza a cantar su canción de fuego que todas las cosas oyen con temor.
La luz es tan maravillosa y única que los pájaros al cruzar el aire son de metales raros, iris macizos, y ópalos rosa…
Los humos de la ciudad empiezan a salir cubriéndola de un incendio pesado…, el sol brilla y el cielo, antes puro y fresco, se vuelve blanco sucio. Un molino empieza su durmiente serenata… Algún gallo canta recordando al amanecer arrebolado, y las chicharras locas de la vega templan sus violines para emborracharse al medio día.