Las entrevistas concedidas por Federico García Lorca entre 1927 y 1936 suponen una obra con entidad propia, una especie de autobiografía que abarca una década clave en la vida y la obra del escritor que va desde la reunión del Ateneo de Sevilla donde se gestó la Generación del 27 al verano de 1936 cuando fue fusilado en un lugar no identificado entre Víznar y Alfacar.
Lorca fue un excelente fabricante de titulares: “Estoy enamorado de las obras que no tengo escritas”; “hay en mi vida un complejo agrario, que llamarían los psicoanalistas”; “el teatro es la poseía que se levanta del libro y se hace humana” o “ningún hombre verdadero cree ya en esa zarandaja del arte puro”.
Lorca fue un muy generoso con los periodistas; aceptó con largueza los interrogatorios y reservó para tales encuentros reflexiones y titulares que revelan su opinión sobre asuntos controvertidos (sus posiciones políticas, por ejemplo, o sobre literatura) y que, sumados, constituyen una suerte de relato personal elaborado desde la improvisación oral y la urgencia.
Junto con el epistolario, los discursos y las alocuciones, constituyen un corpus único dentro de la bibliografía que arroja mucha luz sobre determinados aspectos de su vida y obra y, en particular, sobre su relación con Granada y del peso que tuvo su infancia en la Vega y las estancias veraniegas en la Huerta de San Vicente.
La importancia literaria y vital de las entrevistas de Lorca -un género periodístico recién inventado en aquellos tiempos- está fuera de dudas. Algunas de las frases que aún se citan del poeta no están en los libros, sino en los periódicos. Lorca fue un excelente fabricante de titulares: “Estoy enamorado de las obras que no tengo escritas”; “hay en mi vida un complejo agrario, que llamarían los psicoanalistas”; “el teatro es la poseía que se levanta del libro y se hace humana” o “ningún hombre verdadero cree ya en esa zarandaja del arte puro”.
Las entrevistas permiten comprobar la progresiva toma de conciencia social del poeta en favor de los más desfavorecidos, sobre todo a partir de su experiencia como director artístico de La Barraca que le permitió recorrer los pueblos más deprimidos de Castilla.
La recopilación de las entrevistas y declaraciones de Federico García Lorca concedió en sus últimos diez años de vida ha sido una labor lenta que ha conocido diferentes ediciones y tentativas de totalidad. La serie fue iniciada por Marie Laffranque y continuada por Jacques Comincioli, Christopher Maurer y Mario Hernández. La edición de las Obras Completas de Miguel García-Posada (Círculo de Lectores, 1996-2006, III) reunió 79 entrevistas. Antes, el catedrático de Literatura Andrés Soria publicó una antología crítica (Treinta entrevistas, 1989) reeditada en 2017 como Treinta y una entrevistas, que incluía una inédita, originariamente en francés, firmada por Georges Lorant-Briennë en la revista Comoedia el 8 de noviembre de 1933.
La edición más completa hasta el momento es la de Rafael Inglada y Víctor Fernández Palabra de Lorca. Declaraciones y entrevistas completas, editada por Malpaso en 2017, que contiene 130 entradas y que va precedida de un prólogo de Christopher Maurer. Los antólogos, además de una paciente indagación en las hemerotecas que les ha permitido casi duplicar los trabajos recogidos de las Obras Completas, han ampliado el concepto de declaración y entrevista y han incluido sueltos anónimos de unas pocas líneas, reflexiones de otros autores con entrecomillados atribuidos a Lorca, prólogos -como el de Rafael Martínez Nadal para la primera edición de El público– y recuerdos elaborados muchos años después y publicados tantos en español como en otros idiomas. De hecho, la última parte del libro recoge las declaraciones y entrevistas “póstumas” publicadas en el periodo 1937 a 1978.
García Lorca se encargó, en sus apariciones en los periódicos, de propagar su leyenda de mal estudiante durante los años de bachiller y universitario en Granada. En la entrevista con Ernesto Giménez Caballero aparecida en La Gaceta Literaria el 1 de diciembre de 1928, poco antes de su viaje a Nueva York, afirma: “Estudié mucho. Estuve en el Sagrado Corazón de Jesús, en Granada. Yo sabía mucho, mucho. Pero en el Instituto me dieron cates colosales. Luego, en la Universidad. Yo he fracasado en Literatura, Preceptiva e Historia de la Lengua Castellana. En cambio, me gané una popularidad magnífica poniendo motes y apodos a las gentes”.
En varios encuentros con periodistas Lorca aprovechó para destacar la singular importancia que tuvo su infancia en el campo. En particular, en una entrevista con José R. Luna aparecida el 10 de mayo de 1934 en Crítica de Buenos Aires bucea en los años pasados en la Vega de Granada. “Amo la tierra -dice Lorca-. Me siento ligado a ella en todas mis emociones. Mis más lejanos recuerdos de niño tienen sabor a tierra. La tierra, el campo, han hecho grandes cosas en mi vida. Los bichos de la tierra, los animales, la gente campesina, tiene sugestiones que llegan a muy pocos. Yo las capto ahora con el mismo espíritu de mis años infantiles. De lo contrario no hubiera podido escribir Bodas de sangre. Este amor a la tierra me hizo conocer la primera manifestación artística. Es una breve historia digna de contarse”. Lorca se refiere a la aparición en la finca de Daimuz, cerca de Valderrubio, de un mosaico romano. Fue, dijo, “mi primer asombro artístico”.
A su vuelta de Estados Unidos, el 15 de enero de 1931, en La Gaceta Literaria, firmada por Gil Benumeya, Lorca elogia la comunidad racial y sostiene que el hecho de nacer en Granada previene contra cualquier tipo de rechazo. “Yo creo que el ser de Granada me inclina a la comprensión simpática de los perseguidos. Del gitano, del negro, del judío…, del morisco que todos llevamos dentro. Granada huele a misterio, a cosa que no puede ser y sin embargo es. Que no existe, pero influye. O que influye precisamente porque no existe, que pierde el cuerpo y conserva aumentado el aroma. Que se ve acorralada y trata de injertarse en todo lo que la rodea, y amenaza para ayudar a disolverla”.
Lorca no perdió la oportunidad de elogiar a Falla siempre que la ocasión se ponía a tiro. En una doble entrevista publicada en Noticias Gráficas de Buenos Aires el 11 y 15 de octubre de 1933 retrata así al maestro del carmen de la Antequeruela: “Falla es un santo… Un místico… Yo no venero a nadie como a Falla… Allá, en su carmen de Granada, vive trabajando constantemente, con una sed de perfección que admira y aterra al mismo tiempo… Desdeñoso del dinero y de la gloria… Con el único afán de ser cada día más bueno y de dejar una obra… Otro, con lo que él ha hecho, descansaría, el maestro Falla no… Como que me regaña a mí porque le parece que trabajo poco”.
En la última entrevista concedida en vida, el 10 de junio de 1936 en El Sol de Madrid con su amigo el caricaturista Luis Bagaría se produce el siguiente diálogo que da origen a una de las frases más citadas respecto al carácter de la burguesía granadina, una opinión que, según algunos intérpretes, pudo influir en su fin trágico solo dos meses más tarde: “¿Tú crees que fue un momento acertado devolver las llaves de tu tierra granadina?”, pregunta el entrevistador. Y Lorca responde: “Fue un momento malísimo, aunque digan lo contrario en las escuelas. Se perdieron una civilización admirable, una poesía, una astronomía, una arquitectura y una delicadeza únicas en el mundo para dar paso a una ciudad pobre, acobardada; a una tierra del chavico donde se agita actualmente la peor burguesía de España”.
Federico García Lorca habla a los obreros catalanes.
Antonio Otero Seco. (Entrevista publicada en L´Hora de Palma de Mallorca el 27 de septiembre de 1935).
“El artista como observador de la vida no puede quedar insensible a la cuestión social, No es una cosa que diga yo ahora por que sí. No. Hablo por mí y por muchos amigos míos a quienes les ha pasado lo mismo. Mire, cuando fui a Norteamérica, ilusionado por aquel mundo nuevo, tan moderno, tan codiciado por todos, sentí una sensación de desesperanza, Por las calle vi un gran número de hombres que vendían manzanas. Había muchos jóvenes. ´Cómpreme una manzana, señor`, imploraban tristemente, Era obreros sin trabajo, trabajadores ociosos que salían a la calle en busca de una limosna (…). Yo me horroricé cuando me dijeron que sólo en los Estados Unidos había doce millones de parados. Ya ven que sólo con observar el alcance de todo el drama social de hoy, ante el cual nadie que sienta el más pequeño sentimiento de solidaridad humana puede estar insensible”.