En 1923, posiblemente, Lorca empezó a esbozar esta pieza. A finales de 1925 parece que la tiene prácticamente acabada y en enero de 1926 le envía una parte (segunda escena del tercer acto) a Melchor Fernández Almagro. Es una obra, por tanto, creada en los años de la Residencia de Estudiantes (bajo la influencia del ambiente vanguardista y la amistad con Dalí) y los veranos en Asquerosa.
Trabajó, parece ser, en ella durante su visita en la primavera de 1925 a Dalí, en Cadaqués. Durante el otoño de 1925 y los primeros meses de 1926 también trabajará en ella en Granada, donde se siente atrapado en aquel momento, según va informando por carta a Fernández Almagro.
La fuente de esta obra, al igual que ocurre con La zapatera…, son esas aleluyas que el autor dice haber conocido en su infancia, historias que se contaban a partir de un papel donde aparecían viñetas que mediante dibujos y palabras contaban un relato. Era literatura popular. Federico conoció la aleluya de don Perlimplín en su infancia en Fuente Vaqueros o en Asquerosa, seguramente la escucharía cantar o recitar a algún cómico o titiritero llegado al pueblo.