Son poemas que se nutren de los mismos elementos de la realidad que siempre ha utilizado el poeta para convertirlos en materia literaria, elementos de su infancia campesina, del folclore, de los recuerdos de niño que lo impresionaron o de su visión de Granada: “Solamente por oír / la campana de la Vela / te puse una corona de verbena” dice en la Gacela IV. Del amor que no se deja ver o “Todas las tardes en Granada, / todas las tardes se muere un niño”, de la Gacela V. Del niño muerto. Sin olvidar el verdadero homenaje que hay en el libro a esa Huerta del Tamarit, cercana a la de San Vicente donde escribe la mayor parte del libro: “Por las arboledas del Tamarit / han venido los perros de plomo / a esperar que se caigan los ramos, / a esperar que se quiebren ellos solos.”