En 1920, Federico García Lorca conoció a uno de los genios creadores que más le fascinó: Manuel de Falla, recién llegado a Granada en busca de refugio y sosiego para componer. La amistad con Falla fue muy fructífera. Lorca retomó su vocación por la música.
En 1917 la familia se había mudado provisionalmente, y por solo un año, a la Gran Vía. La época coincidió con los últimos viajes de estudios de Lorca con el grupo de Martín Domínguez Berrueta y la estancia, prolongada, en Burgos.
A la vuelta, la familia se mudó, en régimen de alquiler, a los pisos segundo y tercero de la Acera del Casino, donde permaneció hasta 1933, año el en que se produjo el traslado a Madrid.
La amistad de Falla sirvió a Lorca para reunir las estéticas populares con las cultas y las tradiciones con la vanguardia.
En aquella casa, el 6 de enero de 1923, se organizó una función de títeres que pasaría a la historia. La excusa fue un regalo de Federico a su hermana Isabel, la menor. Desde hacía tiempo Lorca quería recuperar el antiguo teatro de cachiporra, pero la función trascendió también ese aspecto. Fue el antecedente del estreno, en el mes de junio de ese año, pero en París, de El Retablo de Maese Pedro de Manuel de Falla, basado en un capítulo de El Quijote. Ese día se representaron el entremés Los dos habladores, El Misterio de los Reyes Magos y La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón.
La amistad de Falla sirvió a Lorca para reunir las estéticas populares con las cultas y las tradiciones con la vanguardia, uno de los empeños que cruzan transversalmente su obra.