Pianista, compositor y profesor gratuito de solfeo y armonía en la Escuela Municipal de Música. Su vocación musical se manifestó con solo 14 años con composiciones para piano, algunas de las cuales se conservan en El álbum granadino de 1856. Con 20 años es pianista acompañante de la Escuela de Canto y Declamación Isabel II que pone en marcha el cantante Giorgio Ronconi, pero que no prosperó por la inepcia de las autoridades. Compuso diferentes zarzuelas, entre ellas El alcalde vinagre y Cesar para ver; El señor conde, de 1866 y La hija de Jefté, la obra en que pone más talento pero que su modestia casi enfermiza impidió que estrenara en Madrid. Junto a Enrique Valladar impulsó la Escuela Municipal de Música de Granada para impartir desinteresadamente clases ante la falta de centros oficiales (el Conservatorio Victoria Eugenia no abriría sus puertas hasta 1922).
Su trato con Federico fue mucho más allá de las lecciones solfeo. Segura le suele comentar también los misterios de “la vida, los amores, las penas y las miserias de los grandes artistas”.
Cuando la familia García Lorca dejó en 1909 la casa de Valderrubio, donde residían desde 1906, para que los hijos pudieran proseguir sus estudios, se trasladaron a un amplio piso de la Acera del Darro. Una vez en Granada, y con los conocimientos musicales adquiridos por vía familiar, Federico García Rodríguez y Vicenta Lorca deciden que los hermanos amplíen sus conocimientos. El primer profesor de Federico, Francisco y Concha García Lorca fue Eduardo Otense, organista de la Catedral y pianista del Casino.
Pero quien más influencia ejerce sobre Federico, más allá incluso de los conocimientos musicales, fue Antonio Segura Mesa, un modesto profesor que nunca salió de Granada pero que tuvo entre sus alumnos a dos célebres compositores nacidos en Granada, Ángel Barrios (1882-1964), hijo de Antonio Barrios, El Polinario, y Francisco Alonso (1887-1948), autor de Las Leandras, además del pianista José Montero, fundador de la Banda de Música de Granada. Federico se refería a él como “discípulo de Verdi”. Segura decidió convertirse en alumno y seguidor del maestro italiano tras asistir en marzo de 1863 a la única velada que los músicos de la ciudad compartieron con el italiano con motivo de su visita a Granada.
Segura ve en Federico sus “admirables condiciones nativas” y cree que quizá se convertirá en un músico importante. Su trato con Federico fue mucho más allá de las lecciones solfeo. Segura le suele comentar también los misterios de “la vida, los amores, las penas y las miserias de los grandes artistas”. Al final de aquellas confesiones le repite una frase que ha trascendido las modestas lecciones del maestro: “Que yo no haya alcanzado las nubes no quiere decir que las nubes no existan”.
Federico, que se debate entonces entre seguir la carrera musical y la literaria, sufre un fuerte golpe con la muerte de Segura, a quien dedica su primer libro Impresiones y paisajes: “A la venerada memoria de mi viejo maestro de música, que pasaba sus sarmentosas manos, que tanto habían pulsado pianos y escrito ritmos sobre el aire, por sus cabellos de plata crepuscular; con aire de galán enamorado y que sufrió sus antiguas pasiones al conjuro de una sonata beethoveniana. ¡Era un santo!”.
Tras la desaparición de Segura, Lorca continúa un tiempo su aprendizaje con Juan Benítez, otro organista de la Catedral.