Niñera y amiga de juegos de Federico García Lorca (La Ramito, la apodaban cariñosamente) en Fuente Vaqueros, memoria viviente de los años de infancia del poeta. Carmen era solo seis años mayor que Lorca. Sin embargo, fue hasta 1903 su cuidadora. Nació en 1892 en Fuente Vaqueros y allí mismo murió a comienzos de la década de los ochenta del siglo pasado. Fue testigo de cómo despertaron las aficiones musicales de Lorca y de su primera tentativa en el teatro de marionetas. La familia de Carmen vivía en la misma calle que los Lorca, en la de la Trinidad, hoy calle Federico García Lorca.
El periodista Antonio Ramos Espejo, que la entrevistó en 1978, con 86 años, la describe como una mujer “de cuerpo erguido, digno, y la voz todavía clara y muy viva”. Entonces vivía sola en la misma casa del pueblo y guardaba recuerdos de Federico desde que tenía cinco años, aunque su memoria se remontaba a fechas aún más remotas, cuando asistía a la clase de doña Vicenta Lorca, aún soltera. Su padre también trabajaba para don Federico. La confianza era tal, que los progenitores de Federico ofrecieron a su madre que fuera la nodriza; pero no lo aceptó porque estaba criando a su propio hijo. Ian Gibson, en cambio, sostiene que sí lo amamantó. Por tanto, Carmen sería, como se decía entonces, la hermana de leche de Federico.
Carmen Ramos, arrellanada en su modesta casa de Fuente Vaqueros, se convirtió con el transcurrir de los años en la embajadora perfecta de todos los investigadores y curiosos que visitaban el pueblo.
“Lo mismo fui niñera del mayor, Federico, que de los otros tres [hermanos]. Yo era una chiquilla que llevaba a las hermanas de Federico, como no había esos cochecitos de ahora, en las caderas. Y a Paco lo vestía y lavaba yo. Y como yo los quería mucho y estaba siempre detrás de Federico, pues me fui a su casa”.
“Y con Federico, pues claro, jugábamos juntos. Me decía: `Carmen, vamos a coger flores que vamos a hacer un altar, que vamos a hacer títeres, que vamos a hacer…”. Lo acompañó en sus inicios teatrales con una compañía de “pícaros. De esos que hacen las comedias”. Recuerda al futuro dramaturgo el día que le pidió a su madre que le fabricara unos muñecos de cartón y los vistiera con unos trapos rojos. “Él tendría ocho años. Pues me dice que vamos a hacer los títeres, que vamos a convidar a todas las señoras. Las convidamos y ¡cómo fueron todas las señoras! Porque lo querían mucho. Y yo hasta movía los muñecos. La gente hacía muchas palmas y él disfrutaba con aquello”.
Carmen Ramos, arrellanada en su modesta casa de Fuente Vaqueros, se convirtió con el transcurrir de los años en la embajadora perfecta de todos los investigadores y curiosos que visitaban el pueblo. En 1966 atendió a Claude Couffon y volvió a rememorar la historia de los títeres: “Todos nosotros nos reconocíamos en los títeres de Federico: mi madre, don Antonio [Rodríguez Espinosa, maestro de Fuente Vaqueros], la servidumbre y yo… Del mismo modo nos reconocimos más tarde en una u otra de sus obras. Mi madre, especialmente, que varias veces sirvió de modelo para las sirvientas de sus dramas”.
Luego estaba la música, tan cultivada por toda su familia. Carmen tuvo la suerte de escuchar con Federico “todo el repertorio de folclore andaluz: seguidillas, polos, martinetes, soleares…”.
Además del teatro, su juego favorito era “decir misa”, una afición que continuó, cargado de ironía, en la casa de la Acera del Darro y, ya en Madrid, en el estudio de Manuel Ángeles Ortiz. La imagen de la Virgen, según Carmen Ramos, la colocaba junto a una tapia baja del pueblo. Allí convocaba a familiares, amigos y criadas y, envuelto con unos ropajes indescriptibles, decía misa con la condición de que después del sermón todos llorasen de emoción o quizá de risa.
Carmen Ramos guardó siempre lealtad a los Lorca. No dudó en sumarse en espíritu (“tengo muchos años, más que un loro, y las piernas me duelen”, explicó a Antonio Ramos) al público que abarrotaba la plaza de Fuente Vaqueros en el primer homenaje al escritor tras la dictadura el cinco de junio de 1976. Presumía de haber leído Bodas de sangre, Yerma, La Zapatera prodigiosa (“la zapaterita”, la llamaba), Doña Rosita la soltera y Mariana Pineda, además de algunos poemas.
La última vez que visitó a los Lorca en la Huerta de San Vicente fue pocos años antes de la Guerra Civil. Acudió Carmen, su marido y su hijo. “Y comimos migas con melón con ellos. En fin, que estuvimos un rato muy a gusto. Y después, ya…”.