“La Barraca”, explicará a Carlos Morla, “será portátil. Un teatro errante y gratuito que recorrerá las tórridas carretas de Castilla, las rutas polvorientas de Andalucía, todos los caminos que atraviesan los campos españoles. Penetrará en las aldehuelas, poblados y villorrios, y armará en las plazoletas sus tablados y tingladillos de guiñol. Resurrección de la farándula ambulante de los tiempos pasados”. Federico García Lorca asumió la dirección literaria junto con Eduardo Ugarte. El debut, tras los ensayos en la Residencia de Estudiantes, se celebró en El Burgo de Osma, Soria, con tres entremeses de Cervantes. La escenografía fue preparada por Santiago Ontañón, Ramón Gaya y Alfonso Ponce de León. En 1932 La Barraca llevó los entremeses cervantinos por Galicia y Asturias.
En febrero de 1933 Lorca y Urgarte adquirieron aún más peso en la compañía. Montaron La tierra de Alvargonzález, de Antonio Machado; y Fuenteovejuna, de Lope de Vega. El homenaje a Lope se repitió en 1935 con motivo de la conmemoración del III Centenario de su muerte. Conforme sumaban actuaciones crecieron a la vez el entusiasmo sincero de los espectadores de la España rural, muchos de los cuales no habían asistido jamás a una representación dramática, y las críticas despiadadas de la derecha que acusaban a la compañía de ser un instrumento de propaganda política al servicio de la recién proclamada República. Los aplausos entusiastas del público tuvieron un correlato de desprecio: sabotajes y protestas. Tras los cambios políticos que supuso el Bienio Negro, las ayudas a La Barraca fueron disminuyendo hasta su práctica desaparición en 1935.