Tras una larguísima preparación, Federico García Lorca consiguió sacar a la luz en febrero de 1928 gallo, la revista que con tanto afán había ideado pero que solo duró dos números. La historia de la publicación comenzó dos años antes con la fundación del Ateneo de Granada por los antiguos miembros de la tertulia de El Rinconcillo. El propio Lorca relató, en las palabras de presentación del primer número, el origen de la revista: “Con Constantino Ruiz Carnero [director de El Defensor de Granada], José Mora Guarnido, Miguel Pizarro, Pepe Fernández-Montesinos, Antonio Gallego [que luego sería el primer alcalde franquista de la ciudad], Paquito Soriano, José Navarro y otros, hemos dado largos paseos por la vega y las primeras colinas de la Sierra hablando de una revista, de un periódico que expresara, que cantara a los cuatro vientos esta belleza viva”.
El empeño no fue fácil. Federico, que venía contadas veces a Granada, trató de incorporar a todas sus amistades, no únicamente granadinas, al proyecto. Recurrió, entre otros, a Dalí, a Francisco Ayala, a su hermano Francisco (que asumió la dirección), a José Bergamín y a Jorge Guillén, que sí correspondieron. Otros, en cambio, aunque aceptaron, no enviaron nunca el texto comprometido, entre ellos Manuel de Falla, José María de Cossío o Benjamín Jarnés. También aparecieron firmantes imaginarios como Don Alhambro, un indiano de Granada que a la vuelta de Guatemala se alza como un crítico simbólico de las leyendas burdamente tradicionalistas.
¿Qué era gallo? Federico la presentó como “la Revista de Granada, para fuera de Granada, revista que recoja el latido de todas partes para saber mejor cuál es el suyo propio: revista viva, antilocalista, antiprovinciana, del mundo”.
Entre un número y otro salió Pavo, una singular réplica antigallista inventada por los propios redactores de gallo que se hacían pasar por creadores reaccionarios. Aunque Federico reunió colaboraciones para un tercer número, nunca vio la luz.
¿Por qué fracasó gallo? La revista, que aspiraba a ser universal, se convirtió en un producto localista al incluir ciertas pullas contra la burguesía granadina que nadie entendió fuera de la ciudad.
1928 no fue un año bueno para las relaciones personales. La amistad con Falla sufrió un serio revés a raíz de que Federico le dedicara en la Revista de Occidente en 1928 la Oda al Santísimo Sacramento del Altar que el músico, católico estricto, consideró muy atrevida, rompió su relación sentimental con Emilio Aladrén y se alejó de Dalí.