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Los montes lejanos surgen con ondulaciones suaves de reptil. Las transparencias infinitamente cristalinas lo muestran todo en su mate esplendor. Las umbrías tienen noche en sus marañas y la ciudad va despojándose de sus velos perezosamente, dejando ver sus cúpulas y sus torres antiguas iluminadas por una luz suavemente dorada.

Las casas asoman sus caras de ojos vacíos entre el verdor, y las hierbas, y las amapolas y los pámpanos, danzan graciosos al son de la brisa solar.

Las sombras se van levantando y esfumando lánguidas, mientras en los aires hay un chirriar de ocarinas y flautas de caña por los pájaros.

En las distancias hay indecisiones de bruma y heliotropos de alamedas, y a veces entre la frescura matinal se oye un balar lejano en clave de fa.

Por el valle del Dauro, ungido de azul y de verde oscuro vuelan palomas campesinas, muy blancas y negras, para pararse sobre los álamos, o sobre macizos de flores amarillas.

Aún están dormidas las campanas graves, sólo algún esquilín albayzinero revolotea ingenuo junto a un ciprés.

Los juncos, las cañas, y las yedras olorosas, están inclinadas hacia el agua para besar al sol cuando se mire en ella…

El sol aparece casi sin brillo…, y en ese momento las sombras se levantan y se van…, la ciudad se tiñe de púrpura pálida, los montes se convierten en oro macizo, y los árboles adquieren brillos de apoteosis italiana.

Y todas las suavidades y palideces de azules indecisos se cambian en luminosidades espléndidas, y las torres antiguas de la Alhambra son luceros de luz roja…, las casas hieren con su blancura y las umbrías tornáronse verdes brillantísimos.

El sol de Andalucía comienza a cantar su canción de fuego que todas las cosas oyen con temor.

La luz es tan maravillosa y única que los pájaros al cruzar el aire son de metales raros, iris macizos, y ópalos rosa…

Los humos de la ciudad empiezan a salir cubriéndola de un incendio pesado…, el sol brilla y el cielo, antes puro y fresco, se vuelve blanco sucio. Un molino empieza su durmiente serenata… Algún gallo canta recordando al amanecer arrebolado, y las chicharras locas de la vega templan sus violines para emborracharse al medio día.