Federico García Lorca, aunque no era un gran conocedor del flamenco sino un entendido del folclor popular en un sentido amplio, asumió los conocimientos teóricos que le proporcionó Manuel de Falla para la conferencia que el 19 de febrero leyó en el Centro Artístico: Importancia histórica y artística del primitivo canto andaluz llamado cante jondo, publicada luego como folletón por el Noticiero granadino. José Mora Guarnido refrenda esta carencia inicial de Lorca: “Cuando Falla solicita para llevar adelante su gran idea del primer Concurso de Cante Jondo el poeta no había exteriorizado hacia lo gitano sino muy vagas muestras de interés”. Una somera comparación entre los escritos preparados por el músico gaditano y la conferencia de Lorca descubre las coincidencias fundamentales. Lorca asume la distinción entre el cante jondo (seguiriyas gitanas, polos, cañas, martinetes…) y cante flamenco. Y lamenta, del mismo modo que Falla, que “no es posible que las canciones más emocionantes y profundas de nuestra misteriosa alma estén tachadas de tabernarias y sucias”
Donde Falla habla de la influencia del cante jondo en Rusia, Federico señala “cómo la melancolía de la Vela es recogida en las campanas misteriosas del Kremlin”. Donde Falla se extiende en teorías, el joven poeta resume: “El cante… viene del primer llanto y del primer beso”.
Lorca, como escritor, se detiene más que Falla en las letras: “Los poetas que hacen cantares enturbian las claras linfas del verdadero corazón; y ¡cómo se nota en las coplas el ritmo seguro y feo del hombre que sabe gramática!”. “Los verdaderos poemas del cante jondo”, agrega, “no son de nadie, están flotando en el viento como vilanos de oro […]. Todos los poemas del cante jondo son de un magnífico panteísmo, consultan al aire, a la tierra, al mar, a la luna, a cosas tan sencillas como el romero, la violeta, el pájaro”.
La correlación entre Falla y Lorca abrió un debate, aún vivo, entre quienes defienden si Lorca fue el poeta que más profundamente captó el flamenco o un intruso que se dejó guiar por el maestro. Lorca, es indiscutible, amplió indefinidamente el valor literario del cante y escribió tres conferencias que forman parte del canon clásico: la que leyó en el Centro Artístico en 1922; la titulada Arquitectura del cante jondo (versión revisada en 1930 de la original e ilustrada con música gramofónica) y Juego y teoría del duende (1933), escrita a bordo del trasatlántico durante su viaje a Argentina y Uruguay; más dos libros fundamentales de poesía: el Poema del cante jondo y el Romancero gitano, por más que a este último lo presentara como “un libro antipintoresco, antifolclórico, antiflamenco, donde no hay una sola chaquetilla corta ni un traje de torero, ni un sombrero plano, ni una pandereta”.
Del primero dijo Lorca en una carta a Adolfo Salazar: “Saco a relucir en él [en el Poema del cante jondo] a los cantaores viejos y a toda la fauna y flora fantásticas que llenan estas sublimes canciones: El Silverio, el Juan Breva, el Loco Mateo, La Parrala, El Filo… ¡y la Muerte! Es un retablo, es un puzle americano, ¿comprendes? El poema empieza con un crepúsculo inmóvil y por él desfilan la seguiriya, la soleá, la saeta y la petenera […]. Es la primera obra de otra orientación mía”.
También fue fundamental su relación con La Argentinita y su encuentro en Nueva York con Sánchez Mejías como testigo, de donde saldría el proyecto de grabar el disco de canciones populares españolas con Federico al piano.
No fue quizá un aficionado cabal, pero Isabel García Lorca lo recuerda en la Huerta de San Vicente escuchando los discos de Antonio Chacón, de La Niña de los Peines y de su hermano Tomás Pavón. “Aquello de ‘te tienes que quedar / con el deo señalando, / como se quedó san Juan’ casi nos producía malestar de tanto oírlo”.