Como suele ocurrir en Granada a los grandes e ilusionantes proyectos siempre les sale un crítico implacable y unos cuantos corifeos. El detractor principal del Concurso de Cante Jondo, en los días clave en que el Ayuntamiento tenía que decidir si patrocinaba el concurso, fue el cronista de la provincia Francisco de Paula Valladar, un historiador, escritor y periodista que desde su revista La Alhambra, fundada en 1884 y de la que se publicaron 572 números, redactados casi exclusivamente por él mismo, comenzó a bombardear el certamen bajo la acusación de ser una españolada.
Coincidiendo con la presentación de la solicitud de ayuda publicó un artículo demoledor: “Dejémonos de cante jondo. Corremos, no lo olvide el Centro [Artístico], el peligro gravísimo de que esa fiesta puede convertirse en una españolada”. Y ponía como ejemplo, más bien absurdo, una reciente película sobre Colón en la que el almirante aparecía emprendiendo su viaje a Córdoba Carrera del Darro arriba, es decir, en dirección a Murcia.
La objeción tuvo, como cualquier terremoto, sus réplicas. Pronto aparecieron quienes inventaron que el gasto dejaría a la ciudad sin fiestas del Corpus ni recursos para atender otros frentes y, además, agregaron con enojo, la ayuda del concurso la administraría una sociedad privada. Un tal Joaquín Corrales opinó así sobre el cante: “Alma de esclavos. La fiesta del jipío tabernario y del pingo en tablaos flamencos”. Y, en fin, otro articulista oculto bajo el nombre de Ben Garnata propuso que la subvención se destinara a acabar con la mendicidad, mejorar las aguas potables, los grupos escolares y la higiene pública. “El cante jondo es el goce de una minoría más o menos respetable”, sentenció.
Sólo una de las sugerencias de Valladar fue aceptada por los organizadores: crear un fondo fonográfico para dejar testimonio sonoro.
Miguel Cerón, con el seudónimo de Abelión, fue el primero que replicó a las maledicencias en El Defensor de Granada: “La subvención para el concurso no altera al presupuesto general de nuestro ayuntamiento”. Un día antes de que el municipio resolviera, Manuel de Falla remató: “El exiguo coro de los protestantes apenas llega a alcanzar el valor que toda hostilidad irrazonada supone para el prestigio de una causa justa”.
Se le sumaron, entre otros, Roberto Gerhard (“tengo intención de hacer propaganda en Barcelona”) y el respetado Felipe Pedrell, que moriría semanas después: “Diga usted a los amigos que el cante jondo lo estoy ahora cantando por dentro”.