La fuente de La Teja está junto al río Cubillas, en el término municipal de Pinos Puente, y allí se retiraba el Lorca adolescente a leer y componer. La fuente de La Carrura, desaparecida, inspiró escenas de Yerma.
La Fuente de la Teja es un manantial diminuto situado en la margen derecha del río Cubillas, a 500 metros aproximadamente de Valderrubio, adonde el joven Federico García Lorca se retiraba a escribir. Buena parte de su obra juvenil tuvo allí su origen. El río se remansa al pasar junto a la fuente y discurre con un sosiego dulce y generoso por la orilla.
Aunque el aspecto del manantial ha cambiado con los años y su apariencia a veces esté descuidada, aún conserva el candor y el sosiego acuático que exaltó Federico en sus poemas. “En aquel paraíso”, recuerda Isabel García Lorca, “entre las alamedas del río discreto, que es el Cubillas, afluente del Genil, se pasaba hora escribiendo”. De allí procede gran parte de su poesía juvenil y la mayoría de los poemas inspirados en el agua.
Si la Fuente de la Teja invita al sosiego, la de La Carrura, hoy desaparecida, era una especie de ágora adonde acudían las mujeres a hacer la colada y a conversar sobre los sucesos del pueblo.
La fuente de La Carrura, hoy inexistente debido a uno de los cambios del curso del Cubillas, representa la otra faz de los manantiales. Si la de la Teja invita al sosiego, la de La Carrura era una especie de ágora adonde acudían las mujeres del vecindario a hacer la colada y a conversar sobre los sucesos del pueblo. Lorca trasladó el ambiente de habladurías y chismes que oyó en La Carrura a la escena de las lavanderas de Yerma.
El paseo a la Fuente de la Teja formaba parte del ritual diario del veraneo de los hermanos García Lorca en Valderrubio. La familia vivía entonces en Granada, pero regresaba puntualmente al pueblo coincidiendo con las labores agrícolas.
El ceremonial comenzaba a la hora de la siesta en que todo se paralizaba; Federico y sus tres hermanos se encerraban después de comer en una sala grande y fresca y ocupaban sendas mecedoras. “Era como un fanal. Federico tocaba la guitarra -la misma que hoy se conserva en la Huerta de San Vicente y que nunca más después oí tocar- y cantábamos; no las canciones populares que él después recogió; eran las canciones cultas de los cancioneros de los siglos XV y XVI que él conocía tan bien”. Más tarde Federico, armado de papel y lápiz, se iba al río a escribir. “Lo que allí escribió”, recuerda su hermana Isabel en sus memorias, “es inseparable del bellísimo paisaje que nos rodeaba”.
Volvían al anochecer al mismo tiempo que los pastores encerraban los rebaños. Otras tardes acudían también las hermanas que se bañaban en las aguas frías y diáfanas de río, “y allí sentado en el suelo de la fuentecilla estaba Federico”, tal como refleja en uno sus poemas más citados, Sueño: “Mi corazón reposa junto a la fuente fría / (Llénalo con tus hilos, / araña del olvido)”.
La alusión a la “fuente fría” se ha interpretado también como una premonición de su muerte junto la Fuente de Aynadamar o de las Lágrimas, en Alfacar.
Uno de los textos más emotivos de Suites alude directamente al Cubillas y a las fuentes. Lleva por título Meditaciones y alegorías del agua y es una descripción lírica de aquellos momentos de placer: “Hace muchos años, yo, soñador modesto y muchacho alegre, paso todos los veranos en la fresca orilla de un río. Por las tardes, cuando los admirables abejarrucos cantan presintiendo el viento y la cigarra frota con rabia sus dos laminillas de oro, me siento junto a la viva hondura del remanso y echo a volar mis propios ojos que se posan asustados sobre el agua, o en las redondas copas de los álamos”.
Allí el poeta descubre las mimbres picadas, las “ráfagas de silencio” que hielan el “asombrado cristal” de sus ojos; los reflejos del río, los zarzales y los juncos “que se rizan como una tela de monja”. Hasta que la mirada se centra sobre sí mismo, en su interior: “Una frescura invadió todo mi cuerpo, envuelto en las últimas hebras de cabellera crepuscular y una inmensa avenida luminosa atravesaba mi corazón. ¿Es posible? ¿Mi alma hace excursiones a las ondas en vez de visitar las estrellas?”.
La observación del agua en los ríos y las fuentes de la Vega de Granada le inspiró a Lorca no sólo poemas sueltos, que incluyó en sus primeros libros, sino también un volumen dedicado al agua que no completó.
En una carta a Melchor Fernández Almagro, escrita a finales de julio o comienzos de agosto de 1922, escribe: “He visto un libro admirable que está por hacer y que quisiera hacer yo. Son ´Las meditaciones alegorías del Agua´. ¡Qué maravillas hondas y vivas se pueden decir del agua! El poema del agua que mi libro tiene se ha abierto dentro de mi alma. Veo un poema entre oriental y cristiano-europeo del agua; un poema donde cante en amplios versos o en prosa muy rubato la vida apasionada y los martirios del agua”.
El libro proyectado por Lorca, escrito en verso y prosa, estaría dividido en capítulos y estancias con títulos como Los telares del agua, Mapa del agua, El vado de los sonidos, Meditación del manantial, o El remanso. “Si yo fuese un gran poeta”, explica a Fernández Almagro, “lo que se llama un gran poeta, quizá me hallase ante mi gran poema”.
Los veranos en la Vega calaron profundamente en el poeta que, lejos de contener su fascinación, la difundió entre sus amigos a través de cartas.
En 1921 escribió a Melchor Fernández Almagro desde Asquerosa para contarle cómo sus pasiones más vehementes, seguramente la homosexualidad, se sosegaban en el retiro veraniego: “Creo que mi sitio está entre estos chopos musicales y estos ríos líricos que son un remanso continuado, porque mi corazón descansa de una manera definitiva y me burlo de mis pasiones que en la torre de la ciudad me acosan como un rebaño de panteras. Asquerosa es uno de los pueblos más lindos de la vega por lo blanco y la serenidad de sus habitantes. Yo estoy muy contento rodeado de mi familia, que tanto me quiere, y trabajo mucho y con provecho, ¡Me han gustado mis poemas!”.
El recuerdo de la inocencia de los veraneos en la Vega reaparece en numerosas composiciones de madurez, como en el Poema doble del lago Eden, de Poeta en Nueva York: “Era mi voz antigua / ignorante de los densos jugos amargos. / La adivino lamiendo mis pies / bajo los frágiles helechos mojados. / ¡Ay la voz antigua de mi amor! / ¡Ay voz de mi verdad! / ¡Ay voz de mi abierto costado / cuando todas las rosas manaban de mi lengua / y el césped no conocía la impasible dentadura del caballo!”.
En 1929, en un banquete ofrecido a Lorca en Fuente Vaqueros, el poeta hizo un elogio de las fuentes de la Vega: “La fuente es el sitio de reunión, el punto donde convergen todos los vecinos y donde cambian impresiones y airean los espíritus. Con motivo de La fuente, hablan las mujeres, se encuentran los hombres, y a la vera del agua cristalina crece sus espíritus y aprenden, no sólo a quererse, sino a comprenderse mejor”.
La contemplación adánica del río y del remanso junto a la fuente de la Teja se opone a la jovialidad despreocupada de las mujeres que acuden a hacer la colada a la otra fuente, la de La Carrura. Las lavanderas del Cuadro I del segundo acto de Yerma examinan sin tapujos los comportamientos del vecindario:
Lavandera 1. Todo esto se arreglaría si tuvieran criaturas.
Lavandera 2. Todo esto con cuestiones de gente que no tiene conformidad con su sino.
Lavandera 4. Cada hora que transcurre aumenta el infierno en aquella casa. Ella y las cuñadas, sin despegar los labios, blanquean todo el día las paredes, friegan los cobres, limpian con vaho los cristales, dan aceite a la solería. Pues, cuando más relumbra la vivienda, más arde por dentro.
Lavandera 1. Él tiene la culpa, él. Cuando un padre no da hijos debe cuidar de su mujer.
Lavandera 4. La culpa es de ella, que tiene por lengua un pedernal.
Dice la tarde: «¡Tengo sed de sombra!»
Dice la luna: «¡Yo, sed de luceros!»
La fuente cristalina pide labios
y suspira el viento.
Yo tengo sed de aromas y de risas,
sed de cantares nuevos
sin lunas y sin lirios,
y sin amores muertos.
Un cantar de mañana que estremezca
a los remansos quietos
del porvenir. Y llene de esperanza
sus ondas y sus cienos.
Un cantar luminoso y reposado
pleno de pensamiento,
virginal de tristeza y de angustias
y virginal de ensueños.
Cantar sin carne lírica que llene
de risas el silencio
(una bandada de palomas ciegas
lanzadas al misterio).
Cantar que vaya al alma de las cosas
y al alma de los vientos
y que descanse al fin en la alegría
del corazón eterno.
- Federico García Lorca. Poemas de la Vega. Selección de Javier Alonso Magaz, Luis García Montero y Andrea Villarrubia. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2014.
- Federico García Lorca. Palabra de Lorca. Declaraciones y entrevistas completas. Edición de Rafael Inglada y Víctor Fernández.
- Francisco García Lorca. Federico y su mundo. Alianza Tres. Madrid, 1990.
- Isabel García Lorca. Recuerdos míos. Tusquest. Barcelona, 2002.
- Ian Gibson. En Granada, su Granada. Plaza y Janés, Barcelona, 1989.
- Ian Gibson. De Fuente Vaqueros a Nueva York. Biografía. Grijalbo. Barcelona, 1985.
- Lugar Lorquiano
- Fuente de La Teja
- Lugar actual
- Fuente de La Teja
- Dirección
- Carretera de Valderrubio a Fuente Vaqueros (GR-3401)
- Datos de la Visita
La Fuente de la Teja está en un paraje público junto al cauce del río Cubillas. Una señal en la carretera de Valderrubio a Fuente Vaqueros (GR-3401) marca el desvío al camino de acceso.