Casa museo emplazada en el lugar de Fuente Vaqueros donde nació Federico García Lorca en 1898 y donde pasó sus primeros años antes de trasladarse a Valderrubio.
Federico García Lorca vino al mundo en la casa de la calle de la Trinidad número 4 de Fuente Vaqueros (hoy calle Federico García Lorca) a “las doce de la noche” del cinco de junio de 1898 y fue bautizado seis días más tarde con el nombre de Federico del Sagrado Corazón de Jesús.
Sus padres fueron Federico García Rodríguez, un adinerado agricultor propietario de numerosas tierras en la Vega, que había enviudado de su primera mujer, Matilde Palacios, unos años antes, y Vicenta Lorca Romero, una maestra destinada en 1893, un año después de obtener el título, a la escuela de Fuente Vaqueros. Vicenta llegó al pueblo acompañada de su madre, que murió unos meses más tarde.
El matrimonio permaneció en la vivienda de la calle Trinidad solo unos años. En 1901 se mudó a la calle de la Iglesia donde la familia residió hasta su traslado, en 1906, al vecino pueblo de Asquerosa (Valderrubio) donde los negocios exigían la presencia de Federico García Rodríguez. El núcleo de los García Lorca se amplío rápidamente. Tras Federico nacieron Luis, que no sobrevivió; Francisco (1902), Concha (1903) y años más tarde, en 1909, ya instalados en el piso Granada, Isabel.
Sus intereses fueron los títeres y la música. Su juego favorito consistía en decir misa. Sentaba a su hermano Francisco y a otros niños y, cubierto él con vestidos de telas rameadas, ‘oficiaba’ la misa con una condición: que la audiencia rompiera a llorar durante el sermón.
El Museo de la Casa Natal de García Lorca se inauguró el 29 de julio de 1986 en el 50 aniversario de su fusilamiento. La vivienda fue adquirida en 1982 por la Diputación de Granada y reconstruida bajo la supervisión de Isabel García Lorca. Fue el primer museo dedicado en Granada al poeta.
Posteriormente, en 1998, con ocasión del centenario del nacimiento, se abrió el Centro de Estudios Lorquianos en el edificio de las antiguas escuelas, para guardar y poner a disposición de los investigadores el importante archivo lorquiano procedente de compras y donaciones. El poeta Juan de Loxa fue el primer director de la Casa Museo e impulsor del Centro de Estudios, de las continuas actividades culturales dedicadas a Federico y de las donaciones procedentes de amigos y compañeros de generación.
En 1928, en una entrevista de Ernesto Giménez Caballero publicada en La Gaceta Literaria, Lorca resumió así sus primeros años en Fuente Vaqueros: “Mi infancia es la obsesión de unos cubiertos de plata y de unos retratos de aquella otra que pudo ser mi madre, Matilde Palacios. Mi infancia es aprender letras y música con mi madre, ser un niño rico en el pueblo, mandón”.Federico entró bien pronto en la escuela del pueblo. Gracias a las relaciones amistosas de su madre con Antonio Rodríguez Espinosa, el maestro que la había sucedido al frente de la escuela de párvulos de Fuente Vaqueros. Federico empezó su escolarización a los cuatro años. Las clases eran matinales y la tarde se reservaba a los juegos. El maestro compartió muchas de aquellas horas de ocio vespertinas con Federico y siguió su carrera como poeta y dramaturgo con un indisimulado orgullo.
Fue un niño retraído y poco participativo en los juegos. Carmen Ramos, hija de la nodriza que destetó a Federico y amiga de sus días infantiles, lo recuerda así: “Nunca salía. O mejor dicho solo salía para acompañar a doña Vicenta, que era muy piadosa, a la iglesia, o bien para buscar a donde Antonio a la escuela”. Sus andares torpes, su escasa agilidad de movimientos (tenía los pies planos y una pierna ligeramente más alta que la otra) y el orgullo indisimulado de pertenecer a una familia rica incentivaron sus gustos sedentarios.
Su juego favorito consistía en decir misa. Sus otros intereses fueron los títeres y la música. “En el patio había un pequeño muro donde colocaba una imagen de la Virgen y algunas rosas tomadas del jardín. Delante de ese improvisado altar nos hacía sentar a su hermano Francisco y a mí”, cuenta Carmen Ramos. Y ya acomodados los espectadores y cubierto él con vestidos de telas rameadas oficiaba la misa con una condición: que la audiencia rompiera a llorar durante el sermón.
Esas misas teatrales en que Federico oficiaba de actor, director, decorador y guionista persistieron de adulto. Manuel Ángeles Ortiz recuerda cómo Federico, en su taller de Madrid, cuando ya vivía en la Residencia de Estudiantes, “nos decía misa casi todos los días”. “Envuelto en unos viejos brocados que yo tenía, llegaba incluso a darnos la comunión con trozos de bizcocho”. Las misas iniciales en la casa de Fuente Vaqueros dieron paso a un teatro menos solemne y permanente: el teatro de títeres. Una compañía de marionetas llegó un año a Fuente Vaqueros y cautivó al niño, tanto que empezó a producir sus propias funciones. “Todos nosotros nos reconocíamos en los títeres de Federico: mi madre, don Antonio, la servidumbre y yo… Del mismo modo nos reconocimos más tarde en una u otra de sus obras”, explica Carmen Ramos.
Una prima de Federico, Clotilde García Picossi, reveló al periodista Antonio Ramos Espejo la primera salida de Federico a un escenario cuando tenía pocos años, en Fuente Vaqueros: “Había un señor que le gustaba mucho el teatro; era hijo de un boticario. Y dispuso que representáramos La alegría de la huerta. Entonces, sacaba yo a mi primo Federico cogido de la mano. Yo tenía ocho o diez años, y Federico, muy chiquillo, iba de mi mano vestido de gitanillo. Salía una gitana cantando con sus churumbeles. Era un teatro por gusto. Hicimos también El monaguillo y otras… Hacíamos el teatro en el corralón. La gente nos veía hasta desde los tejados. Ya dimos sesiones por dinero y todo. En Fuente Vaqueros había mucha afición al teatro”.
La música fue su otra gran pasión. La familia García, muy numerosa, solía entretener sus reuniones cantando y coreando canciones populares. En ellas se resumía buena parte del folclore andaluz y flamenco. A los ocho años Federico conocía más de un centenar de romances populares. Su contacto y aprendizaje de la música culta, sin embargo, no se produciría hasta el traslado de la familia a Granada, en 1908, y el comienzo de las clases con otro personaje memorable: Antonio Segura Mesa, un notable compositor sin éxito que fue maestro, también, del compositor Ángel Barrios, del maestro Francisco Alonso y a quien Federico dedicó Impresiones y paisajes, su primer libro.
Federico vivió en comunión con la naturaleza. Adjudicaba a cada cosa, mueble, objeto, árbol, piedra, una personalidad. «Conversaba con ellos y los amaba”. En el patio de la casa había una fila de chopos musicales que parecían hablar entre sí cuando el viento movía sus ramas.
La lectura también ocupó un lugar esencial en la formación del niño. Vicenta Lorca era una gran aficionada a las novelas de Víctor Hugo, que leía en voz alta y que dejaron rastros evidentes en la obra primeriza de Lorca. “Desde que oyó por primera vez a su madre leer en alto a Víctor Hugo hasta que encontró una voz sazonada con las Suites y el Poema del cante jondo, el joven escritor fue buscándose, preguntándose por sus palabras como un modo de entender su propia identidad”, escribe Luis García Montero en Un lector llamado Federico García Lorca. A Hugo se unieron luego Hesíodo, Platón o Shakespeare. Y a continuación Ibsen, Maeterlinck y Verlaine. Más tarde llegaron Oscar Wilde, Rubén Darío, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, que “facilitaron un diálogo íntimo en el que Federico García Lorca encontró su sentido a la hora de escribir”, según apunta Luis García Montero en su estudio.
Pero la gran influencia que recibió Federico en aquellos primeros años fue la del espléndido paisaje rural de la Vega de Granada y por extensión de la naturaleza. “Siendo niño”, declaró en 1934 en Buenos Aires, “viví en pleno ambiente con la naturaleza. Como todos los niños, adjudicaba a cada cosa, mueble, objeto, árbol, piedra, su personalidad. Conversaba con ellos y los amaba”. En el patio de la casa había una fila de chopos musicales que parecían hablar entre sí cuando el viento movía sus ramas. “Yo solía pasarme las horas acompañando con mi voz la canción de los chopos. Otro día me detuve asombrado. Alguien pronunciaba mi nombre, separando las sílabas como si deletreara: ´Fe… de… ri…. co´. Miré a todos lados y no vi a nadie. Sin embargo, en mis oídos seguían chicharreando mi nombre. Después de escuchar largo rato, encontré la razón. Eran las ramas de un chopo viejo que, al rozarse, producían un ruido monótono, quejumbroso, que a mí me pareció mi nombre”.
En Fuente Vaqueros, Federico, niño rico, experimento también el sentimiento de la injusticia social. En Mi amiguita rubia, incluido en Mi pueblo, Federico rememora la historia de una familia pobre de Fuente Vaqueros y, en particular, de la madre, a la que llama “mártir de la vida y del trabajo”. “Muchas veces me decía: `Niño, mañana no vengas, porque nos lavaremos la ropa…´. Y yo no iba. ¡Qué tragedias tan hondas y tan calladas! No podía ir porque estaban desnudas y ateridas de frío, lavándose sus harapos, los únicos que tenían…. Por eso cuando volvía a mi casa y miraba el ropero, cargado de ropas limpias y fragantes, sentía gran inquietud y un peso frío en el corazón”.
La relación de Lorca con su pueblo natal nunca se enturbió. Todo lo contrario. El 21 de mayo de 1929. La Fuente, como se conoce popularmente Fuente Vaqueros, le tributó un homenaje tras el estreno en Granada de Mariana Pineda. Su breve intervención fue precisamente sobre los pueblos y las fuentes: “Un pueblo sin fuente es cerrado, como oscurecido, y cada casa es un mundo aparte que defiende del vecino. Fuente se llama este pueblo. Fuente que tiene su corazón en la fuente del agua bienhechora”.
Ya en plena República, en 1931, durante los primeros días de septiembre, Lorca leyó en su pueblo la Alocución a Fuente Vaqueros con motivo de la inauguración de la biblioteca. La alocución es un elogio continuo de su pueblo y una “modesta y pequeña lección” acerca del “trabajo que ha costado al hombre llegar a hacer libros para ponerlos en todas las manos”. En ella Lorca explica a sus paisanos que “cuando en Madrid o en otro sitio me preguntan el lugar de mi nacimiento, en encuestas periodísticas o en cualquier parte, yo digo que nací en Fuente Vaqueros, para que la gloria o la fama que haya de hacer en mí caiga también sobre este simpatiquísimo, sobre este modernísimo, sobre este jugoso y liberal pueblo de la Fuente”. La Alocución contiene también afirmaciones llenas de compromiso social: “Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales”.
Gran parte de la Vega de Granada pertenecía al Soto de Roma, un vasto latifundio que las Juntas de Defensa Nacional regalaron a comienzos del siglo XIX al duque de Wellington por la ayuda prestada a España contra la invasión napoleónica.
Aunque el duque no concedió excesiva importancia al Soto, sus herederos mandaron apoderados y administradores para extraer todo el partido posible a aquellas tierras. Los ingleses, como eran conocidos en la Vega, comprobaron con enorme alegría que eran tierras feraces y magníficas y el Soto de Roma se convirtió en el corazón fértil de la Vega.
Una muchedumbre de pueblos nació en las tierras del ducado: Fuente Vaqueros, Romilla, Chauchina, Asquerosa o Zujaira. La industria de la remolacha añadió un nuevo atractivo económico. Los ingleses, sin embargo, perdieron pronto interés por aquellas tierras y aquellos paradójicos colonos españoles fueron adquiriendo, a precios moderados, las fincas donde trabajaban, de modo que el ducado se convirtió en un gigantesco puzle compuesto por cientos de pequeñas fincas.
Pequeñas y grandes fortunas, como la de Federico García Rodríguez, tuvieron allí su origen. El cultivo del tabaco fue el otro gran aliciente de la Vega de Granada que se llenó de los característicos secaderos que aún hoy subsisten dispersos por las fincas.
Entre las descripciones que Federico dejó de su Fuente Vaqueros destaca El pueblo quieto, un resumen lírico y sensible de todas las sensaciones de su infancia: “El pueblo está formado por una gran plaza bordeada con bancos y álamos y varias callejas oscuras y miedosas en las que el invierno pone los fantasmas y las marimantas. La plaza es alargada y en un lado está la iglesia con su friso de nidos y avisperos. En la puerta hay una cruz de madera con un farol cubierto de telarañas cerca de laureles y enredaderas, Coronando la fachada está la Virgen de las Paridas con sus niños en brazos, carcomida por la humedad y cargada de exvotos y medallas (…) Enfrente de la iglesia está la casa donde yo nací. Es grande, pesada, majestuosa en su vejez… Cuando niño, mis amiguitos y yo tocábamos en ellas con una barra de hierro y su sonar nos volvía locos de alegría y simulábamos tocar a fuego, a muerto y a bautizos…”
La parroquia de Fuente Vaqueros situada a pocos metros de la casa natal, a donde Federico acompaña a su madre a los oficios religiosos y en donde fue bautizado, no es la original. Fue destruida por un incendio, que provocó su hundimiento, en los años cincuenta del siglo pasado. La imagen de la Virgen de las Paridas “con un niño en brazos, carcomida por la humedad y cargada de exvotos y medallas”, que coronaba la portada, y que recuerda Federico en El pueblo quieto desapareció también. Tampoco existe la simpática imagen de la Virgen del Amor Hermoso que evoca el poeta. El único elemento original de la iglesia es la pila bautismal, donde Federico fue bautizado a los seis días de nacer.
Lorca siempre mantuvo apego a sus recuerdos de infancia, que lo marcaron de un modo muy profundo. En una entrevista publicada en el periódico madrileño La voz el 18 febrero de 1935 firmada por Ángel Lázaro, Proel, evoca: “Amo en todo la sencillez. Este modo de ser sencillo lo aprendí en mi infancia, allá en el pueblo. Porque yo no nací en Granada, sino en un pueblo llamado Fuente Vaqueros (…). Fue el año mil novecientos. Toda mi infancia es mi pueblo. Pastores, campos, cielo, soledad. Sencillez, en suma. Yo me sorprendo mucho cuando creen que esas cosas que hay en mis obras son atrevimientos míos, audacias de poeta. No. Son detalles auténticos, que a mucha gente le parecen raros porque es raro también acercarse a la vida con esta actitud tan simple y tan poco practicada: ver y oír. ¡Una cosa tan fácil! ¿Eh?”.
La memoria de la infancia, el testimonio directo que conserva la memoria, no basta por sí mismo, sino que exige luego una reelaboración literaria. En la misma entrevista el poeta presume de tener un ingente archivo de recuerdos que equivalen a la “memoria poética”. “A mí me interesa más la gente que habita el paisaje que el paisaje mismo, Yo puedo estarme contemplando una sierra durante un cuarto de hora; pero en seguida corro a hablar con el pastor o el leñador de esa sierra. Luego. Al escribir, recuerda uno estos diálogos y surge la expresión popular auténtica. Yo tengo un gran archivo en los recuerdos de mi niñez de oír hablar a la gente. Es la memoria poética y a ella me atengo”.
Una de las influencias más decisivas en la infancia de Federico fue la de su maestro de primeras letras Antonio Rodríguez Espinosa, nacido en Las Gabias, Granada, en 1876. Le inculcó el gusto por la poesía, le ayudó a estudiar música, motivó su afición por el teatro y lo acompañó hasta Almería donde aprobó su examen de ingreso que le permitió iniciar, ya en Granada, en el Instituto General Técnico, los estudios de bachiller.
Fue uno de los primeros maestros krausistas que implantó su pedagogía en Granada y como auténtico hombre humanista fue también poeta, articulista y teórico de la Escuela Nueva que la Institución Libre de Enseñanza desarrolló en nuestro país.
Rodríguez Espinosa, fue trasladado de la escuela de Fuente Vaqueros a Almería en 1903. En 1908 se llevó consigo a Almería a un grupo de alumnos, entre ellos a Federico, con la intención de que iniciaran en esa ciudad sus estudios de bachiller. Un inoportuno flemón que desfiguró el rostro de Federico y le causó una grave infección interrumpieron los planes y el niño, con diez años, tuvo que volver a Granada tras aprobar las pruebas de ingreso.
Rodríguez Espinosa antes de ser maestro era, según cuenta Claude Couffon, “un antiguo zapatero de pueblo impulsado por la pasión del estudio”. Cuando fue trasladado a Madrid, siguió los estrenos de su alumno. Pero don Antonio se emocionaba tanto que no podía traspasar el umbral del teatro y permanecía, tembloroso, en las calles hasta que terminaba la representación.
«Cuando yo era niño viví en un pueblecito muy callado y oloroso de la vega de Granada. Todo lo que en él ocurría y todos sus sentires pasan hoy por mí, velados por la nostalgia de la niñez y por el tiempo. Yo quiero decir lo que sentía de su vida y de sus leyendas. Yo quiero expresar lo que pasó por mí a través de otro temperamento, Yo ansío referir las lejanas modulaciones de mi otro corazón. Esto que yo hago es puro sentimiento y vago recuerdo de mi alma de cristal…
Todas las figuras que desfilen por estas hojas desabridas, unas habrán muerto, otras están ya transformadas y el pueblo es otro completamente distinto…
El monstruo de la política le quitó su virginidad y su luz. En ese pueblo yo nací y se despertó mi corazón. En ese pueblo tuve mi primer su sueño de lejanías. En ese pueblo yo seré tierra y flores…
Sus calles, sus gentes, sus costumbres, su poesía y su maldad serán como el andamio donde anidarán mis ideas de niño fundidas en el crisol de la pubertad. Oíd…»
(Mi pueblo)- Marcelle Auclair. Vida y muerte de García Lorca. Era. México 1972.
- Claude Couffon. Granada y García Lorca. Losada. Buenos Aires, 1967.
- Federico García Lorca. Palabra de Lorca. Declaraciones y entrevistas completas. Edición de Rafael Inglada y Víctor Fernández. Malpaso. Barcelona, 2017.
- Federico García Lorca. Poemas de la Vega. Selección de Javier Alonso Magaz, Luis García Montero y Andrea Villarrubia. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2014.
- Francisco García Lorca. Federico y su mundo. Alianza Tres. Madrid, 1990.
- Isabel García Lorca. Recuerdos míos. Tusquets. Barcelona, 2002.
- Luis García Montero. Un lector llamado Federico García Lorca. Taurus. Madrid, 2016.
- Ian Gibson. De Fuente Vaqueros a Nueva York. Grijalbo. Barcelona, 1985.
- José Mora Guarnido. Federico García Lorca y su mundo. Losada. Buenos Aires, 1958.
- Antonio Ramos Espejo. García Lorca en Fuente Vaqueros. Museo-Casa Natal de Fuente Vaqueros. Granada, 1986.
- Lugar Lorquiano
- Casa natal de Lorca en Fuente Vaqueros
- Lugar actual
- Museo Casa-Natal de Lorca en Fuente Vaqueros
- Dirección
- García Lorca, 4
- Web
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- Teléfono
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Los grupos deberán concertar la visita telefónicamente o por e-mail, con suficiente antelación, con el fin facilitar el acceso al museo.
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