En esta conferencia Federico García Lorca, a partir del poema de Soto de Rojas, Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos, hace una descripción de Granada y del granadino. Comienza hablando de Granada, una ciudad que ama lo diminuto, limitada, que no quiere salir de su casa. Las creaciones de Granada son cosas pequeñas como el camarín o el mirador. Las escuelas granadinas son también escuelas de artistas que trabajan obras de pequeño tamaño. La tradición del arabesco de la Alhambra pesa en ellos. La ciudad no se ha enterado de que tiene el Palacio de Carlos V o la Catedral.
Soto de Rojas también está en esta línea, es gongorino, pero en vez de jugar con mares o selvas, se encierra en su jardín. Su característica es el preciosismo granadino. La ciudad está llena de iniciativas, pero falta de acción. El granadino renuncia a la aventura, es contemplativo. El título del libro de Soto de Rojas la define perfectamente. A continuación, Lorca analiza el poema pasando por sus siete períodos o terrazas.
Lorca leyó por primera vez esta conferencia el 17 de octubre de 1926 en el Ateneo de Granada (instalado desde este otoño en el Teatro Cervantes) inaugurando la temporada. Fueron varios los actos para homenajear a Soto de Rojas.
Volvió a leer la conferencia en la Residencia de Estudiantes en 1928 y el 12 de marzo de 1930 la leyó en Cuba, en el Teatro Principal de la Comedia de la Habana, junto a otras cuatro conferencias, obteniendo un gran éxito de crítica, público y taquilla.
No se conserva el manuscrito completo. García-Posada reproduce la edición de Maurer (Conferencias, I, Alianza, 1984) basada en cinco hojas autógrafas más el resumen de El Defensor de Granada del 19 de octubre de 1926, exhumado por Marie Laffranque.
De todas las referencias que hace el autor a la ciudad de Granada, esta conferencia contiene una de las más interesantes. Según es descrita en este texto, Granada es una ciudad que “ama lo diminuto”, “no puede salir de su casa”, es solitaria y pura, encerrada… Habla de la Granada interior, de los cármenes del Albaicín, una ciudad perfectamente definida en el título de Soto de Rojas y que él describe como “la estética del diminutivo, la estética de las cosas diminutas”. Granada sueña, es dada a la fantasía, pero rehúye la aventura, la acción, la salida al exterior, es una ciudad contemplativa. El granadino solo tiene unos pocos amigos y en vez de desear triunfar en el mundo, prefiere contemplar lo que pasa desde su ventana. Es una ciudad llena de iniciativas, pero falta de acción. El granadino no tiene prisa, es una ciudad “de ocios y tranquilidades” en la que puede haber “catadores de aguas, de temperaturas y de crepúsculos”.
Después de uno de los actos de homenaje a Soto de Rojas, algunos socios del Ateneo subieron a la Casa de los Mascarones, la casa de Soto de Rojas, en el Albaicín, para inaugurar un azulejo conmemorativo dibujado por Hermenegildo Lanz, en el otoño de 1926. La Casa de los Mascarones se llama así por los dos mascarones que hay en la fachada. Ya no existe el jardín.
En la conferencia cita la acequia de Alfacar o de Ainadamar. Curiosamente donde Lorca pasaría sus últimas horas sería en un molino (La Colonia) por el que pasaba esta acequia.
(Fragmento)
Granada ama lo diminuto. Y en general toda Andalucía. El lenguaje del pueblo pone los verbos en diminutivo. Nada tan incitante para la confidencia y el amor. Pero los diminutivos de Sevilla y los diminutivos de Málaga son ciudades en las encrucijadas del agua, ciudades con sed de aventura que se escapan al mar. Granada, quieta y fina, ceñida por sus sierras y definitivamente anclada, busca a sí misma sus horizontes, se recrea en sus pequeñas joyas y ofrece en su lenguaje diminutivo soso, su diminutivo sin ritmo y casi sin gracia, si se compara con el baile fonético de Málaga y Sevilla, pero cordial, doméstico, entrañable. Diminutivo asustado como un pájaro, que abre secretas cámaras de sentimiento y revela el más definido matiz de la ciudad.
El diminutivo no tiene más misión que la de limitar, ceñir, traer a la habitación y poner en nuestra mano los objetos o ideas de gran perspectiva.
Se limita el tiempo, el espacio, el mar, la luna, las distancias, y hasta lo prodigioso: la acción.
No queremos que el mundo sea tan grande, ni el mar tan hondo. Hay necesidad de limitar, de domesticar los términos inmensos.
Granada no puede salir de su casa. No es como las otras ciudades que están a la orilla del mar o de los grandes ríos, que viajan y vuelven enriquecidas con lo que han visto. Granada, solitaria y pura, se achica, ciñe su alma extraordinaria y no tiene más salida que su alto puesto natural de estrellas. Por eso, porque no tiene sed de aventuras, se dobla sobre sí misma y usa del diminutivo para recoger su imaginación, como recoge su cuerpo para evitar el vuelo excesivo y armonizar sobriamente sus arquitecturas interiores con las vivas arquitecturas de la ciudad.
Por eso la estética genuinamente granadina es la estética del diminutivo, la estética de las cosas diminutas.
Las creaciones justas de Granada son el camarín y el mirador de bellas y reducidas proporciones. Así como el jardín pequeño y la estatua chica (…)