El asunto central versa sobre la infertilidad o, dicho de otro modo, sobre el instinto de reproducción frente a la represión de los sentidos dentro de un ambiente rural en el que la falta de fecundidad tiene visos de maldición.
Yerma, al comienzo, aún tiene alguna esperanza de concebir, igual que sus amigas, un hijo propio. El matrimonio con Juan, un campesino, le fue impuesto por su padre. El enlace, dice, lo aceptó menos por “diversión” que por el hijo que ansía y que no llega. A pesar de su disposición no lo logra y su casa se va transformando en un infierno. “Cuando me cubre cumple con su deber, pero yo le noto la cintura fría como si tuviera el cuerpo muerto y yo, que siempre he tenido asco de las mujeres calientes, quisiera ser en el aquel momento como una montaña de fuego” (Acto III, Cuadro I).
Yerma recure a Dolores, una especie de hechicera que ha ayudado a otras mujeres a concebir. Cuando aún está en su casa, aparece Juan y sus cuñadas. Tienen una fuerte discusión, Juan le pregunta qué busca allí ella, una mujer casada, y Yerma responde: “Te busco a ti. Te busco a ti. Es a ti a quien busco día y noche sin encontrar sombra donde respirar. Es tu sangre y tu amparo lo que deseo” (Acto III, Cuadro I).
La tragedia culmina en el último acto, una romería a la que acuden las mujeres infértiles a pedir hijos al Cristo. La Vieja, que ya había aparecido en el primer acto, le ofrece a su hijo para que la deje encinta: “Mi casa necesita una mujer. Vete con él y viviremos los tres juntos. Mi hijo es de sangre. Como yo. Si entras en mi casa todavía queda olor de cunas”. Yerma rechaza el ofrecimiento, pero de improviso se topa con su marido que ha oído la conversación y que confiesa: “Sin hijos es la vida más dulce. Yo soy feliz no teniéndolos”.
Juan trata de besar a Yerma, pero ella reacciona con violencia y lo estrangula en pleno campo. La obra culmina con un grito desgarrador. Yerma en su afán de tener un hijo acaba matando al único hombre que, según las convenciones, puede hacerla madre: “¿No os acerquéis porque he matado a mi hijo, a mi hijo, yo mismo he matado a mi hijo, ¡yo misma he matado a mi hijo! (Acto III, Cuadro II).
Teatro Español, Madrid, el 29 de diciembre de 1934. Actores: Margarita Xirgu, Enrique Diosdado, Ricardo Merino, Pilar Muñoz. Carlos Collado, Pedro López Lagar y Eloísa Vigo.
Su estreno ya estuvo envuelto en el ambiente hostil que preludiaba la Guerra Civil. La amistad de Margarita Xirgu con Manuel Azaña, cuyo drama La corona, había protagonizado, y su compromiso con la causa de la República provocó un amago de rebelión entre el público conservador.
La primera edición apareció en 1937 en Buenos Aires en la Editorial Anaconda.
La romería con que acaba Yerma están inspirada en la del Cristo del Paño de Moclín (un pueblo situado en el extremo oriental de la comarca granadina de Loja). La peregrinación se remonta al siglo XVII y aún sigue celebrándose cada cinco de octubre. Una riada humana sube al cerro donde está la ermita en la que se venera el lienzo, más bien tosco, del Cristo del Paño a pedir favores de todo tipo.
La leyenda acerca de las bacanales, orgías y ritos paganos en que terminaba, ya de noche, la romería, propició una mala fama que incluso derivó en su prohibición por el franquismo. En la casa familiar de Valderrubio la familia García Lorca conservaba una litografía del Cristo del Paño, muy popular en la Vega pese a sus disonancias heréticas, que debió inspirar a Federico. Para Francisco era una expresión de la inventiva popular, pero para Isabel, era una romería “cargada de escándalo, de violencia”. Ambos confiesan, sin embargo, que nunca estuvieron.
Antes de escribir Yerma, García Lorca, junto a su amigo Cipriano Rivas Cherif, idearon en 1930 un ballet con música de Gustavo Pittaluga de tono humorístico titulado La romería de los cornudos que fue estrenado en 1933 por la compañía de Margarita Xirgu que alude en clave de divertimento a la romería de Moclín. Es posible que sea el antecedente de Yerma.
La escena de las lavanderas (Acto II, Cuadro I) está inspirada en las mujeres que Lorca solía encontrar en sus paseos juveniles en la fuente La Carrura, hoy desaparecida, en las orillas del río Cubillas, entre Pinos Puente y Valderrubio.
Las lavanderas, en la obra, cantan en tono despreocupado canciones alusivas a la infecundas: “Yo planté un tomillo, / yo lo vi crecer. / El que quiera honra / que se porte bien (Ríen)”. O hacen crueles alusiones: “Esas machorras son así: cuando podían estar haciendo encajes o confituras de manzanas les gusta subirse al tejado y andar descalzas por esos ríos”.
Yerma fue trabajada y escrita en gran parte durante los veranos de 1933 y 1934 en la Huerta de San Vicente. En 1933 Federico residió en la Huerta desde mediados de julio al 8 de agosto, fecha en que se enroló en la segunda salida de La Barraca. Durante esos días escribió los dos primeros actos. En el verano de 1934 pasó dos estancias en la Huerta. En la primera, del 16 de julio a primero de agosto (unos días antes de la cogida mortal del torero Ignacio Sánchez Mejías a quien dedicó su estremecedora Elegía), consiguió terminar la primera versión completa, aunque retocaría el tercer acto. La acabó el 24 de julio de 1934 y la leyó en la propia Huerta y después en la Casa de los Tiros antes un grupo compuesto, entre otros, por Antonio Gallego Burín, Emilio García Gómez y Francisco Prieto-Moreno.
En una entrevista firmada por Nicolás González-Deleito publicada en la revista madrileña Escena, en mayo de 1935, evoca su manera pausada de escribir: “Cinco años tardé en hacer Bodas de sangre; tres invertí en Yerma… De la realidad son fruto las dos obras. Reales son sus figuras; rigurosamente auténtico el tema de cada una de ellas… Primero nota, observaciones tomadas de la vida misma, del periódico a veces…. Luego, un pensar en torno al asunto. Un pensar largo, constante, enjundioso. Y, por último, el traslado definitivo: de la mente a la escena…”.
Lorca definió su tragedia rural de este modo: “Yerma es un cuerpo de tragedia típica que yo he vestido con ropajes modernos, es, sobre todas las cosas, la imagen de la fecundidad castigada a la esterilidad. Un alma en la que se cebó el destino señalándola par víctima de lo infecundo. Yo he querido hacer de hecho, a través de la línea muerta de los infecundo, el poema vivo de la infecundidad. Y es de ahí, del contrario de lo estéril y de lo vivificante, de donde extraigo el perfil trágico de la obra (…). Yerma es mi cuarta obra. Y nada sentiría tanto como que la gente pensara que mi labor teatral culmina en cualquier de los títulos ya conocidos”. (Entrevista de Alfredo Muñiz en El Heraldo de Madrid el 26 de diciembre de 1934).
La vida de García Lorca, Poeta
José R. Luna
(Entrevista publicada en Crítica de Buenos Aires el 10 de mayo de 1934)
“Mis primeras emociones están ligadas a la tierra y a los trabajos del campo, Por eso hay en mi vida un complejo agrario que llamarían los psicoanalistas. Sin ese mi amor a la tierra no hubiera podido escribir Bodas de sangre. Y no hubiera tampoco empezado mi obra próxima Yerma. En la tierra encuentro una profunda sugestión de pobreza, Y amo la pobreza por sobre todas las cosas, No la pobreza sórdida y hambrienta sino la pobreza bienaventurada, simple humilde, como el pan moreno”.
Yerma, producción del Centro Dramático Nacional.