Federico García Lorca, antes de publicar su primer libro en 1918, Impresiones y paisajes, era para su familia y sus conocidos un prometedor intérprete y pianista. Siguiendo una tradición familiar, repetida en distintos parientes por vía paterna, Federico tuvo una inclinación musical evidente desde su más temprana edad. Hay testimonios de que, antes de hablar, ya era capaz de tararear ciertas melodías.
A los ocho años, cuando la familia se mudó a la casa de Valderrubio, Federico era capaz de recordar un centenar de canciones y romances populares. Si bien la música popular la conoció directamente a través de sus parientes y de la servidumbre que trabaja en su casa, no fue hasta el traslado familiar, en 1908, al piso de la Acera del Darro -el primer domicilio de los Lorca en Granada capital- cuando empezó a estudiar la música culta con Antonio Segura Mesa (Granada 1842-1916), un modesto compositor de escaso reconocimiento pero que ejerció una notable influencia sobre él. Federico y su hermana Concha se solían trasladar a recibir sus lecciones a la propia casa del compositor en la calle Escudo del Carmen.
La noticia de la aparición de su primer libro, sufragado por su padre, fue una sorpresa para muchos de ellos, que quizá esperaban con más naturalidad una sonata que un soneto.
José Mora Guarnido describe a Segura como como un “viejo compositor de óperas inéditas y artista fracasado” pero que descubrió las “admirables condiciones nativas” de Lorca. Sus lecciones de Armonía y Composición no sólo eran técnicas, sino que se extendían a otros alicientes de la vida musical. “Le contaba las vidas, los amores, las penas y las miserias de los grandes artistas durante las épocas de esperanza”. “Que yo no haya alcanzado las nubes”, le decía, “no quiere decir que las nubes no existan”.
Hasta que Lorca se decantó por la escritura, entre los contertulios de El Rinconcillo fue el único músico que participa en las reuniones. De hecho, Fernando de los Ríos lo conoció en el Centro Artístico interpretando una sonata de Beethoven. La noticia de la aparición de su primer libro, sufragado por su padre, fue una sorpresa para muchos de ellos, que quizá esperaban con más naturalidad una sonata que un soneto.
El encuentro con Manuel de Falla en 1920 hizo de él para siempre un escritor influido hasta el tuétano por la música. Lorca y Falla trataron de poner en pie cancioneros que finalmente no cuajaron, Además de sus célebres interpretaciones al piano de las que dejó innumerables testimonios, Federico grabó con Encarnación López Júlvez, La Argentinita, el disco de canciones populares. Lorca cuidó extremadamente la música vinculada a su obra literaria.
La música popular mediante la composición o la armonización fueron un complemento obligatorio de buena parte de su obra, la poética (ahí está el Libro de poemas, Canciones o Suites) y también la dramática. Ahí están los cantos corales de Bodas de sangre, o el de las Lavanderas, la canción del Pastor y la bacanal de la romería de Yerma, o las coplas de las segadoras de La casa de Bernarda Alba.