Gregorio Martínez Sierra, muy vinculado a Granada, conoció el poema por el propio Federico y no dudó en encargarle que lo teatralizara, a pesar de que Lorca carecía de experiencia como dramaturgo. El trabajo que tenía por delante era casi imposible: convertir dos páginas de versos en una función de dos actos y una hora de duración; estirar la escasa acción hasta convertirla en una trama sólida; subrayar el conflicto dramático para que fuera verosímil y utilizar el verso con la eficacia dramática debida. Conforme se acercaba la fecha del estreno, las dudas se multiplicaban. Federico pensó en retirar la obra y pedir a su padre un préstamo para compensar a Martínez Sierra. Al final se decidió por convocar a los rinconcillistas que vivían en Madrid para adoptar una solución común. Acudieron al cónclave Juan de Dios Egea, Melchor Fernández Almagro, José Fernández-Montesinos, Manuel Ángeles Ortiz y José Mora Guarnido. Aunque hubo opiniones de todos los gustos, al final prevaleció la posición de Mora: Incluso en el caso de que la obra fracasara no borraría “la jerarquía consagratoria del autor en un teatro tan importante como el Eslava”. Eso sí, en caso de pateo, debía afrontarlo con humor y en ningún caso asumirlo como derrota.